Querido mío, no puedo vivir sin ti, me
voy a tu lado. Perdona que incumpla la promesa que te hice y me haya dejado abatir, la
experiencia nos ha demostrado que hasta los más fuertes sucumben. Ya que mi cuerpo
está limpio de esos monstruos que te llevaron, para que causen el mismo efecto,
he buscado como sustitutos los pins de mi colección. Te molestaban tanto, ahí clavados
en el tablón de corcho, que he pensado en darles por fin una utilidad. El primero a la boca, un trago de agua y ya
está. Era el que compramos el día que decidimos empezar a vivir juntos y tu
decías que era una tontería la ilusión que me hacía que tuviera la forma del
monumento que se ve desde nuestra ventana.
En el bote de Cola Cao parecen
menos, no abultan mucho la verdad. Si los hubiese guardado así desde el
principio… Tenías razón, de esta manera caben en el rincón de cualquier armario
y, en la pared, un cuadro quedaría mejor.
Tenía diez años cuando
mi padre coincidió con la vuelta ciclista y me trajo éste, los colores de la
bicicleta apenas se ven. A partir de entonces esperaba uno nuevo en cada
regreso de sus viajes, era la prueba de que pensaba en mí allá donde fuese. ¡Pobre
papa, cuántas molestias para que acaben todos de esta manera! Va para adentro…cuesta
que pase…algo más que una pastilla de paracetamol. Ahora el que conseguimos en aquel
rastrillo de Cádiz, el año que fuimos de viaje de estudios con el instituto.
Había decidido coleccionarlos y buscaba uno nuevo en cualquier parte. Me puse
loco de contento cuando quisiste acompañarme y a punto estuve de cogerte la
mano mientras caminábamos perdidos por aquél laberinto. En contra de todo, por
entonces ya te quería… Habría dado cualquier cosa por que el autobús del grupo
se fuera sin nosotros, aunque el viaje se acabase allí, estaríamos a solas unas
horas hasta que alguien viniese a por nosotros. Aquel curso lo aprobé a duras
penas, me costaba concentrar mis pensamientos en otra cosa que no fueran los
instantes que pasaba contigo en clase, o
jugando al futbol en el patio, o después de gimnasia en el vestuario, allí fue
donde se despejaron todas mis dudas, donde descubrí quien era y a quién amaba.
Tú parecías no darte cuenta, disimulaste durante demasiado tiempo.
Los años de universidad fueron
especialmente duros, uno en cada ciudad. Estabas tan lejos que me costaba
superar la tristeza, lo único que me mantenía eran esos fines de semana que
coincidíamos en el pueblo y nos veíamos en el pub. De allí también tengo un
pin, a ver dónde está… aquí, éste es. Cómo me recuerda lo que aguantaba para no
confesarte mi amor mientras charlábamos tomando unas cervezas o, al salir,
cuando nos volvíamos a separar. Después no ha habido un momento que no me
recriminase no habértelo dicho, quizá de esa manera lo nuestro habría empezado
antes y tú no habrías enfermado.
Ahora ya nada se puede
hacer, todo se ha derrumbado y lo que me rodea me aplasta. No he podido salir
de aquí desde que te fuiste. Aún te veo con el pijama de cuadros azules, recostado en los cojines del sofá, débil y
dolorido, y te busco como un obseso en el olor impregnado en las sábanas y en
la ropa de tu armario, en todos los rincones de la casa. Rabiarías si la vieses
tan descuidada, al principio lo intenté pero soy incapaz de tener las cosas
como tú, se me han acabado las fuerzas. Cada vez el dolor es más grande y lo
único que quiero es terminar.
Del segundo
aniversario, la torre de Pisa… ¿te acuerdas?
El
escudo del pueblo…
La insignia del club de
futbol… y, por último, me quedan los pins con forma de ramo de azahar que
llevamos en la solapa de nuestros fracs de boda.
Te amo y espero que
entiendas que no puedo continuar sin ti.