domingo, 30 de octubre de 2016

Donostia Zinemaldia














Pequeña modelo



Celine permanece tensa sobre el jergón, inmóvil para no despertar a sus hermanos pequeños. Aún le duelen los golpes y no consigue dormir. Sus ojos recorren inquietos la penumbra del cuarto mientras considera los pensamientos que le vienen a la cabeza. Su padre hace horas que se ha ido a la cantina y sabe lo que va a hacer con ella cuando vuelva borracho. No lo soportará de nuevo, tiene que preparar algo, será difícil zafarse de él cuando le tenga encima. Podría esconder un cuchillo y clavárselo, pero seguro que, llegado el momento, no será capaz de hacerlo. Tampoco tiene la fuerza suficiente para golpearle, además, sabe Dios qué puede hacerla cuando descubra sus intenciones. Si le echase veneno en la comida enfermaría y no podría ganarse el jornal, y si muriese, de qué vivirían sus hermanos y ella. Se quedarían en la calle, mendigando para comer y, en poco tiempo, el frio, el hambre o alguna peste, terminarían con ellos.
            Desde que falta su madre han salido adelante con muchos sacrificios. El padre se gasta mucho de lo que gana en bebida, y Celine, con sólo doce años, ha dejado la escuela para cuidar de sus hermanos y de la casa.
            Hace unas semanas que llegó al pueblo un pintor y nada más ver la figura pálida y delgada de Celine decidió que tenía que posar para él. La joven no se lo pensó dos veces, son de agradecer las monedas que le paga cada vez que va a su casa, aunque tenga que permanecer horas desnuda sin moverse, tiritando de frio. A pesar de todo con ella se porta bien, por eso no hace caso de las habladurías. Tampoco le da miedo el mal carácter del pintor, lo único que le molesta es cuando se altera y grita, exigiéndole una postura que ella no consigue adoptar, pero enseguida aparece su esposa para calmarlo y hacerle comprender que es sólo una niña.
            De repente una idea se apodera de su voluntad, se levanta y se desliza en la oscuridad recogiendo la ropa para vestirse, se calza y camina sigilosa hasta la puerta de casa.  Al atravesarla para salir se persigna y sólo se vuelve cuando ya se ha alejado y va a doblar la calle. No sabe muy bien a dónde va pero sus pies se conocen el camino. Está segura de que la mujer aceptará que se quede y convencerá al pintor para que dé su consentimiento, aunque tenga que prometerle que posará todo el tiempo que haga falta sin que la pague más. Y si su padre la encuentra, ellos sabrán qué decirle para que se marche y la deje en paz. Se conformará con algo de dinero y luego ella ya se encargará de que a sus hermanos no les falte nada.
            Quedan varias horas para que amanezca, la tristeza acompaña los pasos de la pequeña por las calles oscuras, aún es temprano, todos duermen. Ante la casa del pintor la noche se hace más grande y rodea el cuerpo dolorido de Celine. Invadida por la incertidumbre está a punto de dar marcha atrás. Las lágrimas le nublan los reflejos luminosos de una luz que se mueve en el interior del estudio, parece que él también está desvelado y se va a poner a pintar. Quizá ya sepa que ella está allí y se ha despertado con el presentimiento de que va a llamar a la puerta una niña frágil, pálida y muerta de miedo. Le ha llegado la inspiración envuelta en noche, ha sido sencillo atraerla pero será difícil salvarla y no plasmar en sus dibujos las secuelas de la infelicidad.
            Celine se arma de valor y golpea la puerta hasta que en el umbral aparece la figura esbelta del pintor con el rostro iluminado por el candil. Pasan al estudio directamente, sin explicaciones, sin exigencias, cada uno ya sabe lo que tiene que hacer.