Celine permanece tensa sobre el jergón, inmóvil para no despertar a sus
hermanos pequeños. Aún le duelen los golpes y no consigue dormir. Sus ojos
recorren inquietos la penumbra del cuarto mientras considera los pensamientos que
le vienen a la cabeza. Su padre hace horas que se ha ido a la cantina y sabe lo
que va a hacer con ella cuando vuelva borracho. No lo soportará de nuevo, tiene
que preparar algo, será difícil zafarse de él cuando le tenga encima. Podría
esconder un cuchillo y clavárselo, pero seguro que, llegado el momento, no será
capaz de hacerlo. Tampoco tiene la fuerza suficiente para golpearle, además, sabe
Dios qué puede hacerla cuando descubra sus intenciones. Si le echase veneno en
la comida enfermaría y no podría ganarse el jornal, y si muriese, de qué
vivirían sus hermanos y ella. Se quedarían en la calle, mendigando para comer
y, en poco tiempo, el frio, el hambre o alguna peste, terminarían con ellos.
Desde que falta su madre
han salido adelante con muchos sacrificios. El padre se gasta mucho de lo que
gana en bebida, y Celine, con sólo doce años, ha dejado la escuela para cuidar
de sus hermanos y de la casa.
Hace
unas semanas que llegó al pueblo un pintor y nada más ver la figura pálida y
delgada de Celine decidió que tenía que posar para él. La joven no se lo pensó
dos veces, son de agradecer las monedas que le paga cada vez que va a su casa,
aunque tenga que permanecer horas desnuda sin moverse, tiritando de frio. A
pesar de todo con ella se porta bien, por eso no hace caso de las habladurías.
Tampoco le da miedo el mal carácter del pintor, lo único que le molesta es
cuando se altera y grita, exigiéndole una postura que ella no consigue adoptar,
pero enseguida aparece su esposa para calmarlo y hacerle comprender que es sólo
una niña.
De repente una idea se
apodera de su voluntad, se levanta y se desliza en la oscuridad recogiendo la
ropa para vestirse, se calza y camina sigilosa hasta la puerta de casa. Al atravesarla para salir se persigna y sólo
se vuelve cuando ya se ha alejado y va a doblar la calle. No sabe muy bien a
dónde va pero sus pies se conocen el camino. Está segura de que la mujer
aceptará que se quede y convencerá al pintor para que dé su consentimiento,
aunque tenga que prometerle que posará todo el tiempo que haga falta sin que la
pague más. Y si su padre la encuentra, ellos sabrán qué decirle para que se
marche y la deje en paz. Se conformará con algo de dinero y luego ella ya se
encargará de que a sus hermanos no les falte nada.
Quedan varias horas para
que amanezca, la tristeza acompaña los pasos de la pequeña por las calles
oscuras, aún es temprano, todos duermen. Ante la casa del pintor la noche se
hace más grande y rodea el cuerpo dolorido de Celine. Invadida por la
incertidumbre está a punto de dar marcha atrás. Las lágrimas le nublan los
reflejos luminosos de una luz que se mueve en el interior del estudio, parece
que él también está desvelado y se va a poner a pintar. Quizá ya sepa que ella
está allí y se ha despertado con el presentimiento de que va a llamar a la
puerta una niña frágil, pálida y muerta de miedo. Le ha llegado la inspiración
envuelta en noche, ha sido sencillo atraerla pero será difícil salvarla y no
plasmar en sus dibujos las secuelas de la infelicidad.
Celine
se arma de valor y golpea la puerta hasta que en el umbral aparece la figura
esbelta del pintor con el rostro iluminado por el candil. Pasan al estudio
directamente, sin explicaciones, sin exigencias, cada uno ya sabe lo que tiene
que hacer.