Atrás quedaron los días en que parecía
que Mariona había perdido el juicio porque, en su desesperación, pensó que su
recién fallecido marido se había reencarnado en el bebé de su amiga Elena.
Todos le decían que no
tenía sentido que intentase buscar una explicación a lo que sin duda había
sucedido por designios del Señor o porque así era el destino. El niño nació el mismo día de la muerte de
Gabriel, justo a la misma hora en que Mariona le hallaba acostado en la cama como
si estuviera dormido. Aunque los dos acontecimientos no podían tener relación,
ella no dejaba de darle vueltas al asunto. Arañar en la herida era lo único que
le calmaba, sobre todo después de que dejase de tomar las pastillas que le
mandó el médico para sobrellevar el dolor de la pérdida, y luego, de forma más
intensa y activa, cuando regresó a Buenos Aires.
En su tierra encontró el
apoyo de la familia, la suya y la de Gabi, que suplieron de algún modo la
carencia que sufrían los niños, que eran muy pequeños y no entendían que su
“papito” ya no pudiera jugar con ellos.
Mariona no sabía que hacer para ayudarles a superar la añoranza y el
terror que tenían a perderla también a ella y lo primero que se le ocurrió fue
buscar la solución en libros de psicología. Un poco por esto, otro mucho porque
ella también necesitaba encontrar algo que le diera sentido a aquella extraña
sucesión de acontecimientos, de pronto estaba sumergida en el mundo de lo
paranormal. Leía todo lo que encontraba sobre la vida después de la muerte. En
varias ocasiones pagó por asistir a sesiones de espiritismo a pesar de que, al
contrario que los demás participantes, ella estaba convencida de que el
espíritu de Gabi no deambulaba errante, sino que se había quedado en España
viviendo una nueva vida en el cuerpecito del bebe de Elena.
El pequeño solo tenía una
semana la única vez que Mariona lo vio antes de volver a su país y fue
suficiente para dejarle claro que su esposo continuaba existiendo. Elena y
Carlos fueron a despedirse de ella y llevaron al niño para que lo conociera.
—Es un niño muy bueno,
protesta un poco cuando tiene hambre pero de momento no nos ha dado una mala
noche. –Comentó Elena -.
Carlos vio el cielo
abierto, prefería hablar de ese tema y dejar a un lado la rememoración del trágico acontecimiento, que no les hacía
ningún bien.
—Bueno a primera hora de
la mañana se pone un poco nervioso pero se calma enseguida en cuanto le ponemos
música.
Mariona les miró perpleja
como si le extrañara que un niño tan pequeño tuviera ya esas manías, pero ella conocía
el mal carácter de Gabi al levantarse, nadie le podía decir nada, lo único que
soportaba oír era un viejo disco de los Beatles. No le hizo falta preguntar,
enseguida lo confirmo Carlos.
—Este niño es la prueba de
que las canciones de los Beatles permanecen frescas, aunque haya pasado el
tiempo las nuevas generaciones también disfrutan con ellas.
Han pasado muchos años
desde aquello, ahora aquel bebe será todo un hombre. Mariona no le ha vuelto a
ver pero sabe que en la vida, de una forma o de otra, todo tiene una
continuidad y la idea de que algún día el destino volverá a juntarla con su marido le da
fuerzas para seguir adelante.