—Por
fin se va a dar a conocer el proyecto, la presentación será el pistoletazo de
salida—comenté convencido de que él habría recibido la suya.
—No creo que vaya, no me gustan esos eventos.
—¡Hombre, no todos los días se presencia algo así! —le dije
para que se animara— Te vas a perder algo único, el inicio de una nueva era.
Yang no respondió y ya no hablamos más en toda la mañana.
Él siguió trabajando frente al ordenador, tan poco comunicativo como todos los
días, sin que apenas se percibiera su pequeña y taciturna figura el resto de la
jornada.
Llevábamos cinco
años trabajando juntos y sólo sabía de él que era de origen chino y que había
llegado a Israel porque tenía una gran experiencia como ingeniero informático, era
uno de los pocos que conocían el funcionamiento de nuestras máquinas, por eso
el resto del departamento estábamos a su disposición.
Creo que fue la misma empresa la que buscó a Yang y le
preparó apresuradamente para que se hiciera con el idioma, aunque jamás le oí hablar
en hebreo, siempre nos hablaba en inglés. Desde el principio se encargó de la
configuración informática de las impresoras, y por supuesto firmó el contrato
de confidencialidad como todos los que trabajamos en la empresa. Cuando
empezamos, no sabíamos mucho sobre el producto, sí que era algo innovador, que
apenas estaba emergiendo, pero no que iba a cambiar la medicina y la arquitectura
tal y como las conocíamos.
Las primeras impresoras 3D eran muy pequeñas comparadas con
las que habíamos perfeccionado en los últimos meses y que se iban a presentar
el viernes. Se trataba de un acontecimiento mundial, la primera vez que se
mostraba en público cómo se podía construir un edificio con una impresora 3D.Tenía
información de que en otro sector de la fábrica ya estaban preparadas las
enormes piezas que lo conformarían y que, además se había logrado un gran
avance ecológico porque estaban construidas por completo con materiales
renovables.
A la salida le comenté a Yang que se pensara mejor lo de no
asistir a la presentación. No me contestó, me dio la espalda y se apresuró a
entrar en uno de los ascensores que se cerró ante mis narices. Tuve que esperar
al siguiente y me perdí el pequeño revuelo que había ocurrido en el vestíbulo del
edificio unos segundos antes. Los de seguridad subían a buscar a Yang cuando se
toparon con él al salir del ascensor. Yo llegué a ver cómo lo empujaban al interior de un
coche de la empresa estacionado junto a la puerta principal que salió de allí a
toda velocidad. Pregunté a la azafata que se encontraba en recepción qué había
sucedido y no me supo decir nada. Luego hice varias llamadas pero no conseguí
ninguna información.
Al llegar a casa mi mujer me notó preocupado y empezó a
conversar conmigo mientras preparábamos la cena intentando relajar la tensión.
—Acaban de dar una noticia sorprendente—me comentó. —En
China ya no sólo son capaces de copiar cualquier cosa, sino que pueden crear
órganos humanos para trasplantes con tecnología 3D, y además, empleando unas
grandes impresoras, han construido un edificio entero.
Caí derrumbado en el sofá y al minuto entró un nuevo correo
en mi móvil: la presentación había sido cancelada.