domingo, 29 de enero de 2012

EL VIAJE QUE TRANSFORMÓ A UN COPO DE NIEVE

Amanece en el desierto y el sol abrasador empieza a asomar tras las dunas. Los animales vuelven a sus escondrijos y las flores de los cactus se cierran para resistir el calor y conservar la frescura de las gotas de rocío que han caído durante la noche. De manera insólita, hasta ese remoto lugar, va a llegar un intrépido copo de nieve.
    A lo lejos, en las cumbres de las montañas, estalla una tormenta. Entre rayos resplandecientes y ensordecedores truenos, el pequeño copo de nieve, recién formado en la gran nube que lo resguardaba, es precipitado al exterior junto a millones de minúsculos copos como él. Sin ninguna experiencia y desorientado no comprende por qué todos son empujados hacia un destino desconocido. Remolón, se entretiene estudiando cómo se mueven los demás; son tan iguales que no puede distinguirlos; no sabe si los que ve pasar a su lado son los mismos que ha visto antes, o copos nuevos que le adelantan mientras caen empujados por alguna corriente fría. Le gustaría que se detuviesen y le contaran hacia dónde se dirigen, para decidir si acompañarles o tomar otro rumbo. En cambio, y aunque estan tan desconcertados como él, todavía se permiten revolotear juguetones a su alrededor como si quisieran burlarse. En vez de seguir a esos engreídos aprovecha una pequeña ráfaga de aire para encaminarse en sentido contrario. Unos pocos se mueven junto a él durante unos instantes, el resto del camino ya lo hace solo. Al principio se siente confiado pero, al sufrir el azote de varios remolinos que le dejan un poco mareado, empieza a pensar que quizá sea mejor dejarse llevar y descender suavemente, mecido por el viento, hasta donde quiera que sea su final. Tiene mucho miedo y más cuando se hace de noche; no puede ver hacia dónde se dirige y por lo tanto es fácil que en cualquier momento choque y acabe deshecho. Se mantiene alerta hasta el amanecer, deambulando durante horas.
 Con los primeros rayos de sol, recobra un poco de valor para volar con decisión y adentrarse más en aquel territorio desconocido que se extiende bajo las montañas de las que él proviene. Observando los montículos de formas fantasmagóricas, las piedras erosionadas y los pequeños matojos resecos que se encuentra a su paso, no se da cuenta de que el calor ha empezado a deshacer su cuerpo. Los extremos de sus aristas se están redondeando y cada vez se siente más pesado y le cuesta más esfuerzo volar. De entre todo lo que ve, una bella flor blanca es lo que más llama su atención; está marchitándose, a punto de desfallecer, como él. Hace un último esfuerzo para consiguir llegar a su altura y luego desciende en línea recta, despacio, como si supiera que debe caer sobre ella justo en el momento en que se desprende del cactus. Protegido en su interior, puede aguantar la fuerza del sol hasta que la brisa poco a poco les va enterrando en la arena. En aquella oscuridad y tan cansado como está, el copo de nieve, ya convertido en agua, se queda dormido.
No sabe cuánto tiempo había pasado cuando, de repente empieza a ascender hacía la luz, su cuerpo verde se va alargando por momentos permitiéndole ver cómo a su alrededor a otros les ocurre lo mismo.  No tarda mucho en convertirse en un cactus robusto que sobresale de entre los demás, con hermosas flores blancas y una gran altura desde donde divisar las lejanas cumbres en las que comenzó su viaje.