martes, 31 de enero de 2012

LA SOPA

Esta noche Vicente se ha tomado la sopa más rápido que de costumbre y haciendo incluso más ruido que ninguna noche. Estaba ansioso por acabársela. No sé si creía realmente que en ella se encontraba su fin, pero deseaba terminar su plato y ver si así todo acababa de una vez. Eso si, él ha sorbido la sopa tan sonoramente como lo solía hacer siempre, o incluso más,  para joder. Como de costumbre, él tenía que decir la última palabra.
Llevábamos casados desde los dieciséis años y durante treinta, todas y cada una de las noches, Vicente había querido sopa para cenar. A mí me educaron para ser sumisa y servicial, para cuidar y dar gusto a mi marido, por lo tanto nunca jamás me he negado a hacérsela. Ni una sola noche durante todo este tiempo a mi esposo le ha faltado su plato de sopa sobre la mesa. Ni siquiera esta noche señor agente, que aunque estaba advertido y sospechaba lo que iba a suceder, me ha pedido que se la hiciera como siempre. — ¡Para chulo, yo!— parece que ha pensado. Y mira que se lo había dicho, y se lo había repetido cada noche cuando le escuchaba sorber la sopa: —Cualquier día, tanta sopa te va a sentar mal, alguna vez te va ha hacer daño, ya lo verás — A ver si con el miedo no se la tomaba tan agusto y no hacía tanto ruido. Pero él nunca me ha tenido en cuenta, nunca me escuchaba. No se creía que fuera capaz…
Mire agente, pienso que ya he cumplido una larga condena, treinta años oyendo los sorbidos de mi marido y él sin escucharme ni una sola vez durante todo este tiempo. ¿No le parece a usted?.