jueves, 2 de febrero de 2012

"YOGUR DE VACA"

A las cuatro y media suena el timbre por todo el colegio, ya es la hora de salir. Jorge hace una pelota con todas las figuras de plastilina que había moldeado y la deja en el contenedor de plástico rojo que hay junto a su mesa. Lola “la seño” da dos palmadas para que todos presten atención, se despide hasta mañana y les pide que cuelguen sus batas en las perchas asignadas con el nombre de cada uno. Jorge se desata los botones con dificultad y va donde Lola a pedirle ayuda. No quiere demorarse porque sabe que la abuela le estará esperando afuera.
Nada tendría que ser nuevo para Rosalía, que ha criado a sus cinco hijos y luego les ha echado una mano con los nietos, pero con Jorge, el más pequeño, todo es diferente. Cuando por fin le ve salir del colegio el gesto preocupado de la abuela se difumina y en su rostro aparece una sonrisa. Da la bienvenida al pequeño abrazándolo unos instantes contra sí y luego, agachada a su altura, le besa una y otra vez hasta que Jorge la aparta:
— ¡Jope! Ya vale abuela…
—Hola cariño, ¿qué tal has pasado el  día?
—Aburrido, como siempre.
— ¿Por qué dices eso? Si seguro que lo pasas muy bien. A ver, cuéntame qué habéis hecho hoy.
—Por la mañana hemos pintado dos fichas de la letra “f”. ¡Ah! que no se me olvide luego darle a mamá la flor que me ha recortado Lola. Me la ha guardado en la carpeta.
—Ves ya has hecho algo bonito. ¿Y luego por la tarde?
—Nada, mientras los demás jugaban al juego de la silla Lola me ha mandado hacer muñecos con la plastilina.
— ¿Y qué tal en el comedor? ¿Qué has comido hoy?
Todos los días, por el camino, Rosalía atosiga al niño a preguntas, sabe que con la conversación le mantiene distraído y no se queja  tanto de que está cansado.
—Sopa de fideos y pollo con patatas fritas.
— ¡Umm… que rico!, y ¿quién te ha ayudado? ¿Lola?
—No, hoy me ha dado la sopa Julia, una “seño” que va a ayudarme durante todo el curso.
— ¿Ah, sí? “Por fin ha llegado la auxiliar, ya les ha costado” –Piensa- ¿Y de postre?
—Adivina…
— ¿Flan?
—No, no.
— ¿Plátano?
    Rosalía conoce de antemano el menú pero, mientras su nieto niega una y otra vez con la cabeza, ella le da varias opciones más: 
— ¿Cerezas?
    — No lo adivinas… ¿Te rindes?
    —Vale me rindo, ¿qué has comido de postre?
    —Una cosa blanca que se come con cucharita y que sale de un animal grande.
    — ¡Ah, ya se! Lo del otro día: “yogur de vaca”
— ¡Por fin! Ya te ha costado abuela.
Faltan muy pocos metros para llegar al portal, luego los siete escalones hasta el ascensor, que mientras no hagan la rampa suponen un gran esfuerzo para el niño, y al final, después de cuarenta minutos, llegan a casa. Rosalía le tiene preparada la merienda sobre la mesa.
— ¡Pero si ya te he dicho que he comido yogur en el cole!
— ¡Ah! pero el “yogur de vaca”, como tú le dices, es muy bueno. Tienes que comer muchos para crecer y estar fuerte, te lo dijo el médico, ¿recuerdas?
—Si claro, entonces tendré que comerme cien al día para curarme y ser como los demás niños, ¿no abuela?
Rosalía no contesta, solo se abalanza sobre él para abrazarlo y comérselo a besos. Esta vez el niño mueve los brazos despacio y rodea a su abuela por el cuello luego ella lo levanta y le da vueltas.
—¡Si no me hacen falta los yogures, contigo hasta vuelo como Superman!