En mi sueño veo la vida que se extiende por el bosque florecido, sólo los espíritus alegres se mueven entre los árboles rozando sus hojas con suaves besos mientras el viento canta a su alrededor. El olor del mar parece llegar hasta allí y su azul se mezcla con el verde del bosque. Los dos se abrazan solidarios intuyendo su fin. La bruma entra amorosa en el bosque y humedece la tierra donde crece arraigado, inmóvil e indefenso. Luego se produce el milagro, él devuelve al mar grandes nubes preñadas de lluvia. Son regalos de amor solidario entre dos inmensos que desaparecen día a día bajo nuestro manto siniestro.
Cuando despierto veo muerte y no quiero existir en este mundo para contaminarme con el veneno que crece en sus entrañas. Me iré a la Luna o a alguna estrella pequeña donde no habite nadie. Me iré aunque sea el miedo mi único compañero, me iré impotente con mi soledad.
Veo los bosques que mueren y muero, veo los hielos deshacerse y me deshago, veo el aire corromperse y me siento sucio. Y no sé que hacer, soy sólo una pequeña mota en el infinito oscuro. Algunas veces el viento sopla a favor y barre la suciedad trayendo una esperanza efímera, otras es el agua de lluvia la que calma las heridas y con su adormecedor sonido me devuelve al sueño.
De nuevo veo miles de seres sumergidos en aguas cristalinas, otros que vuelan por el perfecto azul, y sobre la superficie de la tierra veo extenderse una gran alfombra esmeralda, repleta de vida, sobre la que duermo para siempre.