jueves, 16 de febrero de 2012

TRES VIDAS

  Mario llegó a casa con la idea de pasar toda la tarde tumbado en el sofá. Después de comer se fumó un cigarrillo y encendió la televisión. Daban las noticias de las tres, el mundo seguía igual: desastres, guerras y millonarios jugando al balón. Cuando terminó el informativo no se molestó en cambiar de canal. Por no levantarse del sofá para alcanzar el mando,  aguantó, con una paciencia impropia en él, los diez minutos de publicidad sin bajar el volumen. Luego se dejó mecer por las voces cálidas y melosas de los actores de la telenovela. Estaba empezando a quedarse dormido cuando sonó el teléfono.
 Mientras lavaba los cacharros, Inés no dejaba de pensar en el cambio que desde hacía un tiempo le había notado a su marido, era como un extraño. En las pocas ocasiones en que cruzaban cuatro palabras él parecía ausente. Ya le había preguntado alguna vez a ver qué le pasaba y siempre cambiaba de tema sin dar ninguna explicación.
Inés pensaba y recogía la cocina a todo correr para dejarla limpia antes de volver al trabajo a las cinco. Pasó la encimera sin detenerse mucho, barrió el suelo y luego cuando secaba y colocaba los platos en el armario volvieron a su cabeza todos los interrogantes; quizá era el estrés de la oficina o la crisis de los cuarenta, o tal vez estaba pensando en dejarla. No supo si esa idea fue lo que hizo que se le cayera el plato que en ese momento tenía entre las manos o el timbre del teléfono que la despertó de sus pesadillas de forma repentina.
  Por la mañana le dijeron en la farmacia que el resultado estaría a primera hora de la tarde. Julia no pudo comer, no le entraba nada, tenía un nudo en el estómago. A las cuatro y media ya estaba frente a la farmacia, vio como la farmacéutica levantaba la persiana y estuvo a punto de lanzarse adentro al mismo tiempo que ella cuando se abrieron las puertas correderas de cristal, pero pudo contenerse. No quería parecer impaciente y decidió dar un paseo por los alrededores para hacer tiempo. Cuando volvió, la farmacia estaba llena de gente, le dio vergüenza, no era un momento para tener público y esperó a que no hubiera nadie. La farmacéutica muy sonriente le dio la enhorabuena nada mas verla, estaba claro, el resultado era positivo.
 Mario le había dicho que no le llamase a casa, pero Julia no podía esperar a verle el día siguiente en la oficina, quería compartir con él esa mezcla de angustia y de alegría que mantenía su estómago y su cabeza como si hubiera estado colgada del revés los últimos días.
A través del auricular la señal de llamada sonó insistente al menos tres veces. Julia estuvo a punto de colgar, le temblaba todo el cuerpo y no sabía de dónde iba a sacar las fuerzas para aguantar la tensión y poder hablar con Mario sin derrumbarse.
 Antes de que sonara el cuarto timbrazo Inés consiguió llegar al teléfono de la cocina esquivando los cristales esparcidos por el suelo, cogió el auricular al mismo tiempo que Mario desperezándose contestaba en el salón:
— ¿Quién es?
—Hola, perdona que te llame pero es que tengo que decirte algo importante. ¿Puedes venir a casa?
Mario sabía que Inés estaba escuchando en el otro teléfono y se dio cuenta de lo que esa llamada iba a suponer en sus vidas. Le costó unos instantes tomar la decisión. Al final pudo contestar con voz seria y falsa determinación:
—Lo siento señorita, seguro que se ha equivocado de número.