Emilia camina nerviosa de un lado a
otro del comedor, pronto llegarán los invitados que espera siempre la noche de
Navidad, y este año serán dos más.
La verja oxidada que rodea la mansión
lleva entreabierta los últimos cincuenta años. Los yerbajos del jardín han ido
invadiendo el camino hasta los escalones de la puerta principal. Bajo los pies,
la madera del comedor cruje agrietada y sin su antiguo brillo. De las ventanas
del primer piso se han llevado los cristales de colores, y a las de arriba, los
chiquillos les han alcanzado jugando a lanzar piedras. Cuando sopla el aire las
corrientes recorren toda la casa moviendo las cortinas polvorientas que aún
cuelgan en el interior.
Ha preparado la mesa cuidando
que no falten el centro con flores de Pascua ni las velas perfumadas en los candelabros de
plata, herencia de la abuela Matilde, quien por Navidad seguía contándoles
historias de misterio, las mismas que de niña, después de escucharlas no
habían dejado dormir a Emilia. Colocó
los cubiertos ordenados como le enseñó en las clases de buenas maneras su
tutora, empeñada en hacer de ella una verdadera señorita. También ha puesto la
vajilla de porcelana con ribete dorado regalo de bodas de Margarita, su suegra,
quien como siempre intentaría organizar todo a su gusto, acaparando con sus
comentarios la atención de los invitados para desprestigiar a la anfitriona y
volver a alardear de lo valiosos que fueron esos magníficos platos en su día.
Cuando puso el mantel de lino
recordó a su madre sentada en el sillón mientras lo bordaba y sus grandes ojos
azules atentos a los pasos de la aguja entre la fina tela para no equivocarse
en las puntadas. Sin duda hoy las reconocería nada mas verlas, como un artista
a su obra.
En la cocina todo está listo,
se conforman con poco. Además, hace unas horas que ha venido Mario para
ayudarla. Lo hace cada año desde que un accidente mortal truncó su carrera como
jefe de cocina en casa del marqués de Telmar. Nadie le conoce por su nombre
porqué, la primera vez que vino, se presentó a todos como “el amigo cocinero”,
y con ese apodo se quedó. Junto a él se sentará uno de los nuevos, Julio el
hermano de Emilia, al que ella había dejado esta casa. Soltero y de carácter
despreocupado, no tardó en irse a la capital en busca de aventuras, olvidando
la herencia de su hermana y gastando el dinero en apuestas, mujeres y bebida,
tantos excesos al final han terminado con él.
El otro nuevo invitado es
Carlos, el primer pretendiente de Emilia. Le ha reservado un asiento junto a
ella, quiere estar muy cerca de él. Ha pasado mucho tiempo pero le sigue
queriendo y hoy, por fin vendrá, y pasarán esta noche juntos, con total
libertad, sin tener que burlar como en su juventud, la vigilancia de los padres
de Emilia. Se conocieron en las clases de música y se enamoraron, pero en casa no consideraron a Carlos un buen partido para
ella. Tuvieron que dejar de verse, él se alejó y no ha vuelto a saber más hasta
que al pobrecito le ha fallado el corazón. A ella la obligaron a casarse con
Damián, un viudo rico que, en vez de darle hijos, la dejó estéril por culpa de
una enfermedad venérea. Durante dos años el mal la fue marchitando hasta que se
apagó una noche de Navidad, hoy hace cincuenta años.