La semana pasada, cuando Mariana
recogió del suelo un billete de lotería, no podía imaginarse que fuera a salir
premiado, pero por si acaso lo guardó. Se había olvidado de él, hasta que, en el informativo
de la noche, escuchó que el primer premio había sido vendido muy cerca de su
casa, en la administración de la calle Mayor. Pusieron imágenes del dueño en la
puerta del local, bebía cava con un grupo de personas agraciadas con el premio. Todos saltaban felices enseñando sus billetes a la cámara.
Mariana tardó unos
instantes en reaccionar, luego echó a correr hasta el perchero del recibidor y
rebuscó en los bolsillos de su chaqueta de lana marrón. ¡Ahí estaba! Lo cogió,
lo miró con incredulidad y volvió a la salita sin quitarle los ojos de encima.
De nuevo frente al televisor tuvo que creerse que era verdad, el billete que
tenía en sus manos era el mismo número que aparecía en el gran cartel pegado en
el escaparate de la administración. Lo comprobó tantas veces como le dio tiempo
antes de que quitaran las imágenes y siguieran con otras noticias a las que ya
no prestó atención. Se había quedado paralizada, no podía creerse que hubiera
encontrado la suerte, por fin su vida iba a cambiar. Lo primero sería dejar el
trabajo en el taller de confección donde estaba perdiendo la vista, luego haría
los viajes que siempre había soñado, a Australia y a Tierra del Fuego para
ver las ballenas. Y cuando volviese se compraría un piso nuevo, más grande y en
un barrio mejor.
Según se imaginaba estas
cosas su alegría fue creciendo y todo pareció iluminarse y dar vueltas a su alrededor, envolviéndo a Mariana mientras bailaba eufórica por la casa. Pero de pronto se le
ocurrió que no podía perder la suerte que por fortuna había encontrado, tenía que guardar
su billete en un lugar seguro. Pensó que el mejor sitio para dejarlo era entre
las páginas de “La conjura de los necios” el libro que estaba leyendo, y
colocarlo en la estantería junto a los demás, pero los libros serían los
primeros en quemarse si se producía un incendio, así que decidió
guardarlo en la pequeña caja de hojalata donde metía el poco dinero que conseguía ahorrar a
fin de mes.
Fue a la cocina, se
subió en una banqueta y alcanzó la cajita de lo alto del mueble, estaba vacía
después de pagar el último imprevisto, metió el billete y la puso de nuevo en
su sitio. Justo al bajarse de la banqueta, el presentador del informativo
anunciaba una noticia de última hora en relación con el primer premio de la
lotería. Había aparecido una mujer que afirmaba entre sollozos haber perdido uno
de los billetes premiados, la semana pasada en el camino hasta su casa, muy
cerca de la calle Mayor. Mariana se quedó helada cuando vio a Joaquina, la viuda
del portal de al lado, que siempre se quejaba de su mala suerte y de lo difícil
que era salir adelante con cuatro hijos.