sábado, 24 de marzo de 2012
EL ENCUENTRO DE LA LUMBRE Y LA DESGANA
El viento frío bailaba en la noche, alrededor de una luz que se veía a
lo lejos, en lo alto de una colina. Era la hora del descanso, de comer algo caliente y esperar al sueño.
El viajero prendió la lumbre y se acurrucó a su abrigo. Hipnotizado por su
brillo la contempló largo rato mientras se rendía a sus pies.
Subiendo lentamente por el camino
empedrado se acercaba la desgana. Sin querer, empujada por la fuerza del aire,
poco a poco fue aproximándose a la luz. Al llegar a ella miro sin mucho interés
y vio que era la lumbre. Debía haberse imaginado
que se trataba de esa arrogante, siempre haciéndose ver desde lejos,
atrayendo a todos con los contoneos de sus llamas, con su danza incansable,
animada por sus amigos el viento, la leña y los ojos maravillados del viajero,
su admirador con frío.
La desgana no sintió deseos de acercarse a la lumbre como todos
hacían, quería dar media vuelta y bajar la colina, pero estaba cansada y siguió dejándose
llevar. El viento presuroso la arrastró, y de repente se sorprendió a sí misma
saltando por entre las llamas de la lumbre. Era la primera vez que sentía su
calor. La experiencia al principio ni le gustó ni le disgustó, le resultó
indiferente. Después, cuando el viento la empujó, una y otra vez,
obligándola a un ir y venir agotador
sobre el fuego, su tedio fue desapareciendo, su inapetencia se fue deshaciendo
con el calor de las llamas.
La lumbre y la desgana se abrazaron infinitas veces durante toda la
noche, mecidas por el amigo viento. La desgana olvidó sus deseos de
marcharse y se abandonó allí, al capricho de los elementos.
Mientras el viajero dormía, el tiempo, uno de los grandes enemigos de
la lumbre, pasó rápidamente por donde estaban las dos amantes y las sorprendió
con el amanecer. Al llegar el día, la lumbre había perdido todo su esplendor,
de ella apenas quedaban unos rescoldos que ya no calentaban. La claridad de los
primeros rayos de sol le había robado su belleza.
La luz despertó al hombre aterido y al abrir los ojos pudo
contemplar cómo la desgana descansaba, dormida, sobre los restos incandescentes de la lumbre.
jueves, 15 de marzo de 2012
EL GRAN MOMENTO
El descubrimiento de ayer no me ha dejado dormir, me ha costado más que nunca salir de la cama. Después de conseguirlo ya no quiero hacer más esfuerzos. Tendría que vestirme pero me dejo llevar por no sé qué impulso hasta caer apática en el sillón junto a la ventana. Hace rato que los rayos del sol penetran impertinentes deslumbrando la soledad del salón. La calle está aún tranquila. Es sábado por la mañana y todos aprovechan para disfrutar de la familia y del hogar. Saldrán luego a hacer los recados y a tomar el aperitivo. Ahora suenan las once en el campanario de la iglesia de San Juan. La plaza junto al pórtico está vacía, a pesar del buen tiempo nadie se ha sentado en sus bancos a leer el periódico. El vecino del quinto regresa del paseo matutino con su perrito y en cuanto desaparece en mi perspectiva vuelve la quietud.
Empezará el
ajetreo cuando llegue el gran momento. Todo el mundo se acercará a verlo. En un
instante se llenará la plaza, saldrán curiosos de todas partes, como si fuese
un espectáculo que no hubieran visto nunca. Poco a poco irán llegando los
invitados, a cada cual más elegante, salpicando de colores la iglesia.
Mirándose, saludándose, besándose, comentando cuánto tiempo llevan sin verse y
que es bueno que sea en estas ocasiones. El volumen del murmullo irá subiendo
mientras esperan la llegada de los novios. Entrará él, sonriente y apuesto,
disfrazado con su traje nuevo y se colocará nervioso junto al altar. Según
pasen los minutos se le irá poniendo cara de incredulidad, de que eso no le
puede estar pasando, y menos delante de tanta gente. Empezará a desesperarse y
llamará por teléfono pensando que se entretienen demasiado con el maquillaje y
la peluquería. Insistirá y, al ver que no obtiene respuesta, tal vez en algún
instante se le pase por la imaginación que ya no se puede esconder tras su
máscara.
Han tocado las
doce hace un rato y yo sigo en el sillón observando lo que sucede. No puedo
moverme. Tendría que estar ya arreglada pero mi vestido blanco sigue ahí
colgado, frente a mí, como si fuera un fantasma.
sábado, 3 de marzo de 2012
DE VUELTA A CASA
Me
obligaron a venir, ahora me llevan. Ocupamos todos los asientos: uno, dos,
tres, cuatro…siete, somos mercancías. Va deprisa pero ha visto el semáforo, si
se lo pasa en rojo nos detendrán, aquí no se andan con hostias, por menos de
nada te quitan el carné y luego a ver cómo hace éste de intérprete de la
empresa sin poder conducir. A toda velocidad y la furgoneta no vibra, tiene
buenos amortiguadores, está fabricada aquí,aunque para estos cabezas cuadradas ya sea vieja. ¿Por qué no me
avisarían hasta ayer? Me hacen viajar, trabajo lo que me piden, doce horas al
día encerrado, procurando hacer las cosas bien y luego los jefecillos: nada. Sonríen
pero hay algo raro. ¿De verdad volvemos a casa? Estoy deseando verlas, Leire
ahora estará en su cunita. Otra vez paramos, stop, no vamos a llegar. Me tenía
que haber lavado mejor las manos, Marta va a decir que con estas uñas ni se me
ocurra tocarla, es igual, han sido muchos días de trabajo duro, separados. Pero
éste qué pretende, nos lleva en dirección contraria, recuerdo que el aeropuerto
estaba hacia el otro lado. ¿En qué está pensando?, no puede haberse perdido, si
este camino lo ha hecho mil veces. Ha sido a propósito y éstos tan tranquilos,
¿no lo ven?, me ocultan algo, disimulan, les pagarán bien. Más dinero para la
noche, y las mujeres ni se enteran. ¡Buitres! Yo no quiero estar aquí, éstos no
son mis compañeros. Me han vendido. Marta es fuerte y después de estos meses
sabrá cuidar sola de la niña. Esta no es la dirección. ¡No puede ser! En cuanto
paren salto, aunque no sepa alemán alguien me ayudará. Me llevan, ¿qué van a
hacer conmigo? ¿Me quitarán algún órgano éstos de la bata? ¡Soltadme! ¡Quiero
volver con mi familia!
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