No era la primera vez que la observaba, estaba
obsesionado con esa mujer. Desde el momento en que la vio, hubo algo en ella que
le atrajo. Hacía años que seguía todos los movimientos de la señora Flyn desde
el Kiosco de prensa donde trabajaba, justo frente a su casa. Ella jamás se
había acercado a comprar nada pero para Newman era como si la conociese de toda
la vida. Era tal su obsesión que todo lo que rodease a aquella mujer le hacía
salirse de la discreción a la que tenía acostumbrados a los clientes del
barrio. El vendedor de prensa que conocían, siempre con una sonrisa en el
rostro, amable y de pocas palabras, en ocasiones les sorprendía con un
interrogatorio digno de un periodista de investigación. Así fue como se enteró
de que el marido de la señora Flyn había desaparecido; un día salió de casa
para ir al trabajo y en el camino se perdió su rastro.
Cuando, después del
accidente, a Newman le dieron el trabajo en el Kiosco ya hacía medio año de
aquel suceso y la conmoción de los vecinos se había relajado. Al principio,
según le habían contado en una de sus primeras indagaciones, todos se volcaron
a ayudar a aquella pobre mujer que se había quedado sola con una terrible
sensación de abandono y a la vez con la firme creencia de que su marido, un
hombre formal y de buenas costumbres, volvería junto a ella en cualquier
momento. Quizá pensar en eso hizo que
Newman no se atreviera a acercarse y confesarle su atracción al momento de
conocerla. Además ya salía con Betty y enseguida se casaron. Durante los años
de matrimonio, jamás le fue infiel, solo de vez en cuando los pensamientos se
le escapaban cuando veía desde el Kiosco a la señora Flyn.
Betty y Newman compraron el
piso en Lamber, era un buen barrio para vivir. Tenían el Kiosco a la vuelta de
la esquina, y muy cerca el hospital donde trabajaba Betty como enfermera, donde
se conocieron, y de cuyo edificio y de su personal Newman guardaba los primeros
recuerdos.
Los vecinos les acogieron
bien pero a veces él se sentía como un bicho raro sin pasado ni conocidos. En Betty
encontró comprensión y apoyo para empezar un futuro. A la boda solo acudieron
familiares y amigos de Betty, ese día Newman aún fue más consciente que nunca
de su soledad. Se sintió un extraño, incluso para sí mismo y durante toda la
ceremonia tuvo la sensación de que aquello ya lo había vivido antes.
Los años fueron pasando, no
habían tenido hijos, ni un amor apasionado pero Newman ya no se sentía
desprotegido aunque lo único que le animaba a levantarse todos los días de la
cama, era pensar en que, desde el Kiosco, tal vez pudiera ver a la señora Flyn.
No quería hacer daño a Betty pero, al final, hace una semana, le planteó la
decisión de separarse. Jamás se hubiera atrevido si no llega a ser por un encuentro
fortuito que dio vuelta a todos sus esquemas. Un día se acercó a comprar el
periódico un doctor jubilado que iba a hacer una visita a sus colegas del
hospital. Al devolverle el cambio se miraron y el doctor le reconoció.
—
¿Usted es “el hombre nuevo”, verdad?
—Si… ¿Cómo sabe usted eso?
—Soy el doctor Milton.
¿Recuerda? El cirujano plástico que le reconstruyó el rostro. Usted fue un caso
complicado, el más famoso de los que se han tratado en el hospital… ¿Sabe ya
quién era antes del accidente?
—No, en realidad no me había
preocupado hasta hace poco. Ando dándole vueltas al asunto. Quizá usted pueda
ayudarme… ¿Recuerda exactamente lo que me sucedió?
—Por supuesto, no se me
olvidará nunca, me avisaron por un herido muy grave en un atropello. Era veinte
de febrero, mi aniversario de boda, tuve que cancelar la celebración.
La charla no se alargó
mucho, los colegas esperaban al doctor. Los dos confesaron estar contentos de
volver a verse y Newman, antes de despedirse, reiteró su agradecimiento al
doctor y le rogó que se lo transmitiera a todos en el hospital.
Cerró el Kiosco media hora
antes para poder llegar a tiempo a la hemeroteca. Buscó el periódico del
veintiuno de febrero de 1970. En la sección de sucesos estaba reseñado en un
pequeño espacio el atropello de un viandante que ingresó mal herido en el
hospital, de lo otro que Newman estaba buscando no aparecía nada. Miró en el
del día siguiente, y allí estaba: junto a una foto de Harry Flyn la noticia
hablaba de que hacía dos días que había desaparecido. La policía y la esposa
pedían la colaboración de los ciudadanos y daban un teléfono de contacto para
cualquiera que tuviese alguna información. Le costó una noche de insomnio
aguantar las ganas de marcar ese número, que según la guía aún pertenecía al domicilio
de la señora Flyn. A la mañana siguiente, Newman estaba decidido. Hecho un manojo de nervios habló con Betty.
Sin explicarle nada del asunto, solo le dijo que lo sentía mucho pero que lo
suyo había acabado. Ella se fue al trabajo apesadumbrada aunque pensaba que era
una crisis pasajera más.
El ring sonó intermitente al
otro lado del auricular durante unos segundos eternos, al fin Rose contestó:
— ¿Quién es?
—Discúlpeme… Señora Flyn
usted no me conoce, bueno si…no sé cómo decirle esto…
Rose estaba confusa, esa
voz… No podía ser pero era él, sin darse cuenta pronunció su nombre.
— ¿Harry?
—Sí, eso creo. No lo he
sabido con certeza hasta ahora, Rose… Ha pasado tanto tiempo que no me
extrañaría que no quisieras saber nada de mí, pero por favor déjame que te
cuente.
Quedaron que en una hora se
encontrarían en la cafetería donde solían quedar cuando eran novios.
La puerta de la casa de la
señora Flyn se abrió, ella cerró con llave al salir y bajó los cuatro peldaños
hasta llegar a la acera. Newman la observaba desde el kiosko Ese día se había
puesto el abrigo gris que resaltaba su pelo caoba y su cutis pálido, pero lo
especial era que llevase los labios pintados de rojo y puestos unos zapatos de
tacón. Newman notaba un ejército de hormigas bailando en su estómago mientras
la seguía hasta la cafetería del viejo Jack.