domingo, 22 de febrero de 2015

A la vuelta de la esquina



No era la primera vez que la observaba, estaba obsesionado con esa mujer. Desde el momento en que la vio, hubo algo en ella que le atrajo. Hacía años que seguía todos los movimientos de la señora Flyn desde el Kiosco de prensa donde trabajaba, justo frente a su casa. Ella jamás se había acercado a comprar nada pero para Newman era como si la conociese de toda la vida. Era tal su obsesión que todo lo que rodease a aquella mujer le hacía salirse de la discreción a la que tenía acostumbrados a los clientes del barrio. El vendedor de prensa que conocían, siempre con una sonrisa en el rostro, amable y de pocas palabras, en ocasiones les sorprendía con un interrogatorio digno de un periodista de investigación. Así fue como se enteró de que el marido de la señora Flyn había desaparecido; un día salió de casa para ir al trabajo y en el camino se perdió su rastro.
Cuando, después del accidente, a Newman le dieron el trabajo en el Kiosco ya hacía medio año de aquel suceso y la conmoción de los vecinos se había relajado. Al principio, según le habían contado en una de sus primeras indagaciones, todos se volcaron a ayudar a aquella pobre mujer que se había quedado sola con una terrible sensación de abandono y a la vez con la firme creencia de que su marido, un hombre formal y de buenas costumbres, volvería junto a ella en cualquier momento.  Quizá pensar en eso hizo que Newman no se atreviera a acercarse y confesarle su atracción al momento de conocerla. Además ya salía con Betty y enseguida se casaron. Durante los años de matrimonio, jamás le fue infiel, solo de vez en cuando los pensamientos se le escapaban cuando veía desde el Kiosco a la señora Flyn.
Betty y Newman compraron el piso en Lamber, era un buen barrio para vivir. Tenían el Kiosco a la vuelta de la esquina, y muy cerca el hospital donde trabajaba Betty como enfermera, donde se conocieron, y de cuyo edificio y de su personal Newman guardaba los primeros recuerdos.
Los vecinos les acogieron bien pero a veces él se sentía como un bicho raro sin pasado ni conocidos. En Betty encontró comprensión y apoyo para empezar un futuro. A la boda solo acudieron familiares y amigos de Betty, ese día Newman aún fue más consciente que nunca de su soledad. Se sintió un extraño, incluso para sí mismo y durante toda la ceremonia tuvo la sensación de que aquello ya lo había vivido antes.
Los años fueron pasando, no habían tenido hijos, ni un amor apasionado pero Newman ya no se sentía desprotegido aunque lo único que le animaba a levantarse todos los días de la cama, era pensar en que, desde el Kiosco, tal vez pudiera ver a la señora Flyn. No quería hacer daño a Betty pero, al final, hace una semana, le planteó la decisión de separarse. Jamás se hubiera atrevido si no llega a ser por un encuentro fortuito que dio vuelta a todos sus esquemas. Un día se acercó a comprar el periódico un doctor jubilado que iba a hacer una visita a sus colegas del hospital. Al devolverle el cambio se miraron y el doctor le reconoció.
            — ¿Usted es “el hombre nuevo”, verdad?
—Si… ¿Cómo sabe usted eso?
—Soy el doctor Milton. ¿Recuerda? El cirujano plástico que le reconstruyó el rostro. Usted fue un caso complicado, el más famoso de los que se han tratado en el hospital… ¿Sabe ya quién era antes del accidente?
—No, en realidad no me había preocupado hasta hace poco. Ando dándole vueltas al asunto. Quizá usted pueda ayudarme… ¿Recuerda exactamente lo que me sucedió?
—Por supuesto, no se me olvidará nunca, me avisaron por un herido muy grave en un atropello. Era veinte de febrero, mi aniversario de boda, tuve que cancelar la celebración.
La charla no se alargó mucho, los colegas esperaban al doctor. Los dos confesaron estar contentos de volver a verse y Newman, antes de despedirse, reiteró su agradecimiento al doctor y le rogó que se lo transmitiera a todos en el hospital.
Cerró el Kiosco media hora antes para poder llegar a tiempo a la hemeroteca. Buscó el periódico del veintiuno de febrero de 1970. En la sección de sucesos estaba reseñado en un pequeño espacio el atropello de un viandante que ingresó mal herido en el hospital, de lo otro que Newman estaba buscando no aparecía nada. Miró en el del día siguiente, y allí estaba: junto a una foto de Harry Flyn la noticia hablaba de que hacía dos días que había desaparecido. La policía y la esposa pedían la colaboración de los ciudadanos y daban un teléfono de contacto para cualquiera que tuviese alguna información. Le costó una noche de insomnio aguantar las ganas de marcar ese número, que según la guía aún pertenecía al domicilio de la señora Flyn. A la mañana siguiente, Newman estaba decidido.  Hecho un manojo de nervios habló con Betty. Sin explicarle nada del asunto, solo le dijo que lo sentía mucho pero que lo suyo había acabado. Ella se fue al trabajo apesadumbrada aunque pensaba que era una crisis pasajera más.
El ring sonó intermitente al otro lado del auricular durante unos segundos eternos, al fin Rose contestó:
— ¿Quién es?
—Discúlpeme… Señora Flyn usted no me conoce, bueno si…no sé cómo decirle esto…
Rose estaba confusa, esa voz… No podía ser pero era él, sin darse cuenta pronunció su nombre.
— ¿Harry?
—Sí, eso creo. No lo he sabido con certeza hasta ahora, Rose… Ha pasado tanto tiempo que no me extrañaría que no quisieras saber nada de mí, pero por favor déjame que te cuente.
Quedaron que en una hora se encontrarían en la cafetería donde solían quedar cuando eran novios.   
La puerta de la casa de la señora Flyn se abrió, ella cerró con llave al salir y bajó los cuatro peldaños hasta llegar a la acera. Newman la observaba desde el kiosko Ese día se había puesto el abrigo gris que resaltaba su pelo caoba y su cutis pálido, pero lo especial era que llevase los labios pintados de rojo y puestos unos zapatos de tacón. Newman notaba un ejército de hormigas bailando en su estómago mientras la seguía hasta la cafetería del viejo Jack.