martes, 27 de diciembre de 2016
lunes, 26 de diciembre de 2016
La señora Rosa
La panadería de la
señora Rosa es bien conocida en el barrio tanto por la calidad del pan que sale
de su horno como por el buen carácter de su dueña. Pero todo empezó hace tres
años cuando ella era sólo la empleada y una clienta que no había entrado nunca
en la tienda se dejó el bolso olvidado en el mostrador. Rosa lo recogió y, sin pensar
por un momento en abrirlo, lo guardó en la trastienda esperando a que la
olvidadiza mujer volviera a buscarlo. Pasaron unos días y nadie apareció
reclamando el bolso así que Rosa se lo comentó a su jefe por si venían en su
ausencia. Él nada más verlo lo reconoció. Era el viejo bolso de su difunta madre
y dentro estaban todas sus joyas. Su ex mujer se las devolvía de esa manera
para no tener que hablar con él. Las joyas tenían mucho valor sentimental pero
también económico, por lo que el jefe decidió premiar a Rosa por su honestidad.
Sabía que era viuda y que sobrevivía a duras penas con el sueldo que le pagaba. Pensó que podía confiarle el negocio ahora que él iba a dedicarse a
viajar. Firmaron el traspaso y la señora Rosa se convirtió en la nueva dueña de
la panadería. Desde entonces vive desahogadamente con las ganancias que obtiene
haciendo pan con masa madre y harinas naturales y atendiendo a la clientela con
la misma amabilidad de siempre.
El niño al que no le gustaba la sopa
En un pequeño pueblo vivía una familia muy pobre, el único tesoro que poseían eran sus hijos y los padres los cuidaban con esmero pese a que trabajaban muy duro y
estaban muy cansados. Nunca les faltaba ropa
limpia que ponerse ni un buen plato de sopa para cenar. Pero al más pequeño de
los seis no le gustaba la sopa y por eso la madre tenía que caminar cada día
tres kilómetros hasta la lechería para comprar un cazo de leche y que el
chiquillo no se fuera a la cama con el estómago vacío. De tanto andar se le
gastaron los zapatos y no tenían dinero para comprar otros. El niño al ver a su
madre volver de la lechería con los pies destrozados decidió probar la sopa y se dió cuenta de que estaba deliciosa. Desde aquel día se prometió a sí mismo que no
rechazaría nada de lo que le ofrecían
sus padres con tanto sacrificio y amor.
El pez volador
En un mar de aguas poco profundas, cálidas
y de color turquesa vivía un pez de lomo plateado y grandes aletas al que le gustaba competir con los demás. Hacían carreras para ver quién era el más rápido y él solía ganar siempre. Aunque lo que de
verdad le gustaba era practicar saltos fuera del agua. Aumentaba la velocidad
y cogía impulso para ascender y una vez en el exterior, desplegaba sus aletas y planeaba. Disfrutaba
con el aire acariciando sus escamas y viendo el azul del cielo, las nubes de
algodón y los reflejos del sol en el agua.
El pez de lomo plateado tenía verdadero afan de llegar cada vez más lejos y más alto y los demás se enfadaban con él porque muchas veces se
separaba del grupo y no seguía las instrucciones del pez que lo encabezaba. Él
les decía que no le esperaran que ya los alcanzaría.
Un día que el pez estaba ejercitando sus saltos vio a lo lejos una figura enorme que flotaba inmóvil sobre el agua. Era la primera vez que veía algo así y cuando se acercó para investigar comprendió aterrorizado lo que estaba sucediendo. Desde una mole enorme izaban las redes repletas de sus congéneres que se retorcían asustados, intentando escapar mientras las cuerdas les rasgaban la piel y el aire les quemaba las agallas. Del grupo apenas se salvaron unos pocos, él se reunió con ellos y se puso a la cabeza para enseñarles su técnica de vuelo. Desde entonces fueron aumentando en número y gracias a las enseñanzas de su nuevo lider nunca más sufrieron una captura.
Un día que el pez estaba ejercitando sus saltos vio a lo lejos una figura enorme que flotaba inmóvil sobre el agua. Era la primera vez que veía algo así y cuando se acercó para investigar comprendió aterrorizado lo que estaba sucediendo. Desde una mole enorme izaban las redes repletas de sus congéneres que se retorcían asustados, intentando escapar mientras las cuerdas les rasgaban la piel y el aire les quemaba las agallas. Del grupo apenas se salvaron unos pocos, él se reunió con ellos y se puso a la cabeza para enseñarles su técnica de vuelo. Desde entonces fueron aumentando en número y gracias a las enseñanzas de su nuevo lider nunca más sufrieron una captura.
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