La panadería de la
señora Rosa es bien conocida en el barrio tanto por la calidad del pan que sale
de su horno como por el buen carácter de su dueña. Pero todo empezó hace tres
años cuando ella era sólo la empleada y una clienta que no había entrado nunca
en la tienda se dejó el bolso olvidado en el mostrador. Rosa lo recogió y, sin pensar
por un momento en abrirlo, lo guardó en la trastienda esperando a que la
olvidadiza mujer volviera a buscarlo. Pasaron unos días y nadie apareció
reclamando el bolso así que Rosa se lo comentó a su jefe por si venían en su
ausencia. Él nada más verlo lo reconoció. Era el viejo bolso de su difunta madre
y dentro estaban todas sus joyas. Su ex mujer se las devolvía de esa manera
para no tener que hablar con él. Las joyas tenían mucho valor sentimental pero
también económico, por lo que el jefe decidió premiar a Rosa por su honestidad.
Sabía que era viuda y que sobrevivía a duras penas con el sueldo que le pagaba. Pensó que podía confiarle el negocio ahora que él iba a dedicarse a
viajar. Firmaron el traspaso y la señora Rosa se convirtió en la nueva dueña de
la panadería. Desde entonces vive desahogadamente con las ganancias que obtiene
haciendo pan con masa madre y harinas naturales y atendiendo a la clientela con
la misma amabilidad de siempre.