En un pequeño pueblo vivía una familia muy pobre, el único tesoro que poseían eran sus hijos y los padres los cuidaban con esmero pese a que trabajaban muy duro y
estaban muy cansados. Nunca les faltaba ropa
limpia que ponerse ni un buen plato de sopa para cenar. Pero al más pequeño de
los seis no le gustaba la sopa y por eso la madre tenía que caminar cada día
tres kilómetros hasta la lechería para comprar un cazo de leche y que el
chiquillo no se fuera a la cama con el estómago vacío. De tanto andar se le
gastaron los zapatos y no tenían dinero para comprar otros. El niño al ver a su
madre volver de la lechería con los pies destrozados decidió probar la sopa y se dió cuenta de que estaba deliciosa. Desde aquel día se prometió a sí mismo que no
rechazaría nada de lo que le ofrecían
sus padres con tanto sacrificio y amor.