miércoles, 29 de febrero de 2012

SE HA IDO

 Hace tiempo que no lo hacía y no sé cómo esta semana, como trabajo para el taller, se me ha ocurrido escribir un verso tratando de continuar el que está en cursiva.

Se ha ido, ya no como
quedó sin gusto el pan.
Se ha ido –todo es tiza
si lo llego a tocar…
Para mí, era el pan,
era la nieve,
la nieve ya no es blanca,
el pan no sabe a nada.
Porque yo ya no tengo ganas siquiera
de encender las lámparas
ni aquél maravilloso deseo
de andar sobre la nieve.

Se ha ido, ya no bebo
no hay agua que apague mi sed.
Se ha ido –todo es sal
de océano evaporado.
Para mí, era el agua,
era la luz,
la luz que ya no brilla,
el agua ahora detenida.
Se ha ido, todo es nada,
caeré en el abismo
si llego a dar un paso.
Porque prefiero una espada que me parta,
será menor el daño.
Ya no tengo el calor de su aliento
para derretir la nieve.
Se ha ido, todo es hielo,
me congelaré si lo llego a tocar.
Para mí era el fuego,
el fuego ya no resplandece,
sólo brillan sus llamas en la espada.
Se ha ido, cae la nieve,
caen copos rojos sobre mí.

sábado, 25 de febrero de 2012

PROBANDO


jueves, 23 de febrero de 2012

SUEÑO Y REALIDAD

   En mi sueño veo la vida que se extiende por el bosque florecido, sólo los espíritus alegres se mueven entre los árboles rozando sus hojas con suaves besos mientras el viento canta a su alrededor. El olor del mar parece llegar hasta allí y su azul se mezcla con el verde del bosque. Los dos se abrazan solidarios intuyendo su fin. La bruma entra amorosa en el bosque y humedece la tierra donde crece arraigado, inmóvil e indefenso. Luego se produce el milagro, él devuelve al mar grandes nubes preñadas de lluvia. Son regalos de amor solidario entre dos inmensos que desaparecen día a día bajo nuestro manto siniestro.
   Cuando despierto veo muerte y no quiero existir en este mundo para contaminarme con el veneno que crece en sus entrañas. Me iré a la Luna o a alguna estrella pequeña donde no habite nadie. Me iré aunque sea el miedo mi único compañero, me iré impotente con mi soledad.
   Veo los bosques que mueren y muero, veo los hielos deshacerse y me deshago, veo el aire corromperse y me siento sucio. Y no sé que hacer, soy sólo una pequeña mota en el infinito oscuro. Algunas veces el viento sopla a favor y barre la suciedad trayendo una esperanza efímera, otras es el agua de lluvia la que calma las heridas y con su adormecedor sonido me devuelve al sueño. 
    De nuevo veo miles de seres sumergidos en aguas cristalinas, otros que vuelan por el perfecto azul, y sobre la superficie de la tierra veo extenderse una gran alfombra esmeralda, repleta de vida, sobre la que duermo para siempre.

viernes, 17 de febrero de 2012

COSAS DE DOS

  “Todas las mañanas salto de la cama y piso una mina. La mina soy yo. Después de la explosión, me paso el resto del día juntando los pedazos"


  Marta abre la ventana del dormitorio y comienza a hacer la cama sin esperar a que se ventile y sin poner mucho cuidado en que la ropa quede estirada. Se le hace tarde, a las siete y cuarto tiene que estar en la parada del autobús.
  — Ya sabes que hoy no vengo a comer.-Comenta Rober mientras se anuda la corbata frente al espejo de la cómoda.
  — ¡Ah si, que ibas a Mondragón! ¿Vas a comer con tus padres? –Marta sabe que aunque esté con ellos, Rober es incapaz de contarles nada, así que por ese lado está tranquila.
  Él sigue colocándose la corbata  hasta que le queda perfecta, sin apartar la vista de su imagen en el espejo. 
  — Seguro que no tengo tiempo de ir a verles. Buscaré algún sitio, cerca de la empresa que voy a visitar, donde den un buen menú del día.
  Marta ha terminado la cama y mientras sale de la habitación, ya casi en el pasillo murmura para sí, pero deseando que él la oiga:
  — Si claro, no te prives.
  Rober va tras ella hasta la cocina, cogen cada uno una taza y se ponen el café. Lo toman de pie, pero eso no es lo más incomodo. Están uno frente al otro y ambos se observan a la vez que procuran esquivarse mutuamente las miradas. Se estudian hasta el último detalle cuando piensan que el otro no se da cuenta. Marta se ha fijado en que Rober lleva puesto su mejor traje, con la camisa azul de hilo y la corbata que ella le regaló hace dos meses, en su cumpleaños. Además, con ese corte de pelo a la última que le han hecho en la nueva peluquería, los zapatos más brillantes que nunca y el perfume que se ha puesto después de la ducha de verdad está guapisimo. Rober piensa que su esposa ha cambiado desde hace un tiempo. Lo de que se vista más informal y se deje el pelo rizado, hasta cierto punto le parece normal, porque desde que trabaja tiene menos tiempo para arreglarse. Lo que no entiende es su cambio de actitud hacia él.
  Terminan el café y cada uno mete su taza al lavavajillas, luego los dos se dirigen al recibidor para ponerse los abrigos. Al coger el bolso, Marta se da cuenta de que Rober se deja el maletín pero se calla. Salen juntos de casa y en el ascensor él le dice.
—Te acerco si quieres, paso por tu trabajo antes de coger la autopista.
  A ella en la propuesta le parece entrever cierto sentimiento de culpabilidad y está a punto de decir que no, que ya va como siempre en el autobús, pero luego piensa que así por lo menos por un día puede presumir con sus compañeros de que su marido la lleva al trabajo.
  — Vale, pero igual llego demasiado pronto.-No le hacía mucha gracia esperar en la calle hasta que abrieran, de noche y en aquella zona tan apartada del polígono.
  — Tranquila, espero hasta que entres. Total, no tengo prisa.
  A Marta se le remueve el estómago, casi se da la vuelta pero ya están en el garaje, junto al coche. Entra sin decir palabra cuando Rober le abre la puerta desde dentro.
  Hacen el trayecto de Asua a Zamudio en silencio, escuchando la radio. Ni siquiera comentan las noticias, sólo al decir el tiempo que va a hacer, Rober parece reaccionar y dice que sería un fastidio que lloviese en Mondragón para pasar el día . Ella en ese momento desea no solo que llueva, sino que caigan chuzos de punta. Pero llegan a la fábrica y se ve luz en las ventanas, así que ya hay alguien dentro. Rápida le da un fugaz beso de despedida y sale del coche sin tiempo de oír a Rober desearle que tenga un buen día.
  Pasa la mañana intranquila pensando en lo que estaría haciendo su marido en esos momentos, el tiempo transcurre lentamente entre tarea y tarea pero al fin llega la hora de comer, a la una y media suena la sirena. Marta ya ha quedado con una compañera que la suele acercar a casa a mediodía, si volviera en el autobús no le daría tiempo de nada, aunque siempre deja la comida preparada el día anterior.
  Cuando llega a casa le sorprende encontrarse sobre el aparador una nota de Rober, y es bastante extensa, así que se sienta en el sofá a leerla.

“Hola cariño, he tenido que volver a casa a por el maletín y se me ha ocurrido que podía dejarte un saludo escrito en este papel, ya que no vengo a comer, para que no me eches mucho de menos y para que te alegres un poco… aunque ya sabes que no soy nada ocurrente y menos cuando escribo notitas. Ahora solo me viene a la cabeza pedirte que no dudes de mi amor, que sepas que nada ha cambiado y que me da igual no tener hijos aunque sé que eso te haría muy feliz, y esto es lo que mas deseo. Pero ya verás cómo juntos superamos éste y todos los reveses que se crucen en nuestra vida. Esta tarde hablamos. Te quiero.”

  Lágrimas de confusión le inundan los ojos, ya no sabe que pensar. Estaba convencida de que él se había liado con otra con la que sí podría formar una familia y de que tarde o temprano se iría con ella. Le parecía que Rober últimamente estaba en otro mundo, ajeno a la gran tristeza que ella sentía desde que el médico les confirmó que ella no podía tener hijos. Como que se hubiera volcado en el trabajo, aceptando proyectos más ambiciosos que le exigían viajar y pasar mucho tiempo fuera de casa,  alejándose y haciendo como si no existiese ningún problema. La había dejado sola con todos sus fantasmas y ahora Marta tenía que encontrar la manera de deshacerse de ellos. Mientras piensa en todo esto vuelve a leer la nota y se serena un poco. A la tarde hablarán y tiene que poner en orden sus ideas, porque hay sentimientos que le parecía innecesario hablarlos con él, pero tal vez fuera el momento de hacerlo.
  Apenas puede comer, no le apetece nada volver al trabajo pero no tiene valor para llamar poniendo una excusa. A las cuatro entra de nuevo en la fábrica. A su lado las compañeras con las que más se relaciona charlan de las noticias de la tele, de lo que han comido y de los niños… Marta, ajena a ese mundo, pasa la tarde abstraída en sus pensamientos. Las siete parecen no llegar nunca pero al fin suena la sirena. Es la primera en fichar y sale corriendo hacia la parada del autobús cuando oye a Rober  llamarla desde el otro lado de la calle donde la espera junto al coche.
  — ¿La llevo señora?
  Marta se acerca despacio y, al llegar donde él, le da un beso y le contesta burlona:
  — Por supuesto “Bautista”, para eso te pago.

jueves, 16 de febrero de 2012

DOLIDA


     
     Hoy hemos recorrido junto las calles estrecha hasta el cementerio. Todos clavaban sus ojos en mí queriendo ver sufrimiento, desesperación y tristeza. No saben que hace tiempo que estoy de luto, que se me acabaron las lágrimas y que tras estos sentimientos se esconden unas ganas inmensas de volar, salir corriendo y alejarme de aquí.
     Este pequeño trozo de tierra es lo único que me retiene, unas pocas hectáreas frente a nuestra vieja casa. Un terreno baldío, descuidado, del que nadie saca provecho y que, al igual que yo, tuvo tiempos mejores. Entonces en él crecía el trigo, verde durante la primavera para, después en verano, incendiar todo el campo con su intenso color amarillo. En él dejé mi vida. Todo ha transcurrido a su alrededor, bajo el sol, bajo la escasa lluvia, cuando helaba, en las madrugadas de llantos infantiles y en los anocheceres estrellados. En él he derramado mis lágrimas, mi sudor y mis energías trabajando mientras esperaba que todo cambiase y eso nunca sucedió. Nada cambió, al atardecer cuando él volvía, siempre descargaba sobre mí su sinrazón. Ahora tengo clara mi derrota diaria, he abierto los ojos y he visto los moretones escondidos en silencio.
    Estoy tranquila en esta soledad, mirando el campo yermo, y, aunque se me ha helado el alma, este cuerpo viejo y gastado apenas puede disimular el corazón palpitante, desbocado, sin jinete ni destino, y con la fuerza necesaria para recoger una nueva cosecha.

TRES VIDAS

  Mario llegó a casa con la idea de pasar toda la tarde tumbado en el sofá. Después de comer se fumó un cigarrillo y encendió la televisión. Daban las noticias de las tres, el mundo seguía igual: desastres, guerras y millonarios jugando al balón. Cuando terminó el informativo no se molestó en cambiar de canal. Por no levantarse del sofá para alcanzar el mando,  aguantó, con una paciencia impropia en él, los diez minutos de publicidad sin bajar el volumen. Luego se dejó mecer por las voces cálidas y melosas de los actores de la telenovela. Estaba empezando a quedarse dormido cuando sonó el teléfono.
 Mientras lavaba los cacharros, Inés no dejaba de pensar en el cambio que desde hacía un tiempo le había notado a su marido, era como un extraño. En las pocas ocasiones en que cruzaban cuatro palabras él parecía ausente. Ya le había preguntado alguna vez a ver qué le pasaba y siempre cambiaba de tema sin dar ninguna explicación.
Inés pensaba y recogía la cocina a todo correr para dejarla limpia antes de volver al trabajo a las cinco. Pasó la encimera sin detenerse mucho, barrió el suelo y luego cuando secaba y colocaba los platos en el armario volvieron a su cabeza todos los interrogantes; quizá era el estrés de la oficina o la crisis de los cuarenta, o tal vez estaba pensando en dejarla. No supo si esa idea fue lo que hizo que se le cayera el plato que en ese momento tenía entre las manos o el timbre del teléfono que la despertó de sus pesadillas de forma repentina.
  Por la mañana le dijeron en la farmacia que el resultado estaría a primera hora de la tarde. Julia no pudo comer, no le entraba nada, tenía un nudo en el estómago. A las cuatro y media ya estaba frente a la farmacia, vio como la farmacéutica levantaba la persiana y estuvo a punto de lanzarse adentro al mismo tiempo que ella cuando se abrieron las puertas correderas de cristal, pero pudo contenerse. No quería parecer impaciente y decidió dar un paseo por los alrededores para hacer tiempo. Cuando volvió, la farmacia estaba llena de gente, le dio vergüenza, no era un momento para tener público y esperó a que no hubiera nadie. La farmacéutica muy sonriente le dio la enhorabuena nada mas verla, estaba claro, el resultado era positivo.
 Mario le había dicho que no le llamase a casa, pero Julia no podía esperar a verle el día siguiente en la oficina, quería compartir con él esa mezcla de angustia y de alegría que mantenía su estómago y su cabeza como si hubiera estado colgada del revés los últimos días.
A través del auricular la señal de llamada sonó insistente al menos tres veces. Julia estuvo a punto de colgar, le temblaba todo el cuerpo y no sabía de dónde iba a sacar las fuerzas para aguantar la tensión y poder hablar con Mario sin derrumbarse.
 Antes de que sonara el cuarto timbrazo Inés consiguió llegar al teléfono de la cocina esquivando los cristales esparcidos por el suelo, cogió el auricular al mismo tiempo que Mario desperezándose contestaba en el salón:
— ¿Quién es?
—Hola, perdona que te llame pero es que tengo que decirte algo importante. ¿Puedes venir a casa?
Mario sabía que Inés estaba escuchando en el otro teléfono y se dio cuenta de lo que esa llamada iba a suponer en sus vidas. Le costó unos instantes tomar la decisión. Al final pudo contestar con voz seria y falsa determinación:
—Lo siento señorita, seguro que se ha equivocado de número. 

miércoles, 15 de febrero de 2012

sábado, 11 de febrero de 2012

EL TESORO DEL CAPITÁN

   Una mañana llegó al castillo de Lerma un mensajero que traía un presente. Era una caja grande que sólo podía ser abierta en presencia del señor. Un criado se apresuró a avisar al duque mientras otros tres ayudaron al mensajero a acercar el regalo hasta sus aposentos. Tuvieron que esperar a que el señor se vistiera y salieran presurosas dos doncellas de la habitación. Como la caja venía de parte del capitán de la guardia el duque no dudó en abrirla, seguro de que no suponía peligro alguno e intrigado por la naturaleza de aquella ofrenda.
    Cuando desclavaron la tapa un olor nauseabundo inundó la estancia y todos los presentes se quedaron espantados al ver el cadáver de la joven hija del capitán. Su bello rostro apagado, su esbelto cuerpo vestido de blanco y junto a él, en un pequeño cofre de madera labrada se encontraban su mano derecha y una carta. El señor la leyó:
   
    “Ya tiene el tesoro que me exigió; mi dulce hija vestida de novia. Anoche se  bebió un veneno para así estar dispuesta a que la despose. Cuando lo haya hecho quédese con su mano si lo desea. Pero ya que hemos acatado sus órdenes, permita que se cumpla mi última voluntad: que su cuerpo descanse en el panteón familiar junto a mi pobre esposa y junto a mí, que también dejaremos nuestra miserable existencia en cuanto acabe de escribir esta carta. Me despido seguro de que todos estos acontecimientos, aún a mi pesar, serán de su agrado. Hasta  de una batalla perdida el señor siempre saca provecho”.
   
    El pliego cayó de sus manos como si un soplo de aire lo hubiese empujado.
    Desde que la vio por primera vez se había encaprichado de ella y aprovechó el fallo de su ejército en el asalto a una ciudad cercana para exigirle al capitán la mano de su hija en compensación. Convencido de que era el amor de su vida se prometió a si mismo que sentaría la cabeza y que junto a ella gobernaría mejor el feudo. Ahora ya no podía hacer nada, ni devolverle la vida, ni saber nunca porqué le resultaba tan horrible casarse con él.
    Cuentan que a partir de aquel día el duque de Lerma ya no fue el mismo. Empezó a sentirse perseguido por presencias invisibles a las que interrogaba en voz alta.  Luego, invadido por una profunda tristeza, dejó de cumplir con sus obligaciones para con el rey,  no iba a las batallas, no requisaba ni pagaba los tributos, e incluso olvidó el derecho que siempre había ejercido sobre las hijas y mujeres de sus súbditos. Lo único que hacía de sol a sol era merodear por el cementerio, hablándole al aire y lamentándose con sonoros alaridos, alrededor del panteón donde yacía la familia del capitán.
    Sus riquezas se agotaron y también el favor del rey, únicamente se compadecieron de él los frailes del convento del que fue benefactor en sus tiempos de gloria. Allí le acogieron y cuidaron hasta el final de sus días.

domingo, 5 de febrero de 2012

PAISAJES DE MI VIDA




NADIE ES PERFECTO

  Él nunca había hecho antes una cosa así.  En el espejo del baño de caballeros parece otro hombre cuando se quita la chaqueta, la camisa de cuellos almidonados, la corbata y los pantalones de raya impecable. Pero ya con esa bola roja en la nariz, la cara pintada y el traje de cuadros amarillos y verdes, está irreconocible.
  Nadie en la fiesta sospechará que bajo ese disfraz se encuentra él; tan tímido, serio y tan poco dado a estridencias. Siempre educado, comedido, tranquilo y silencioso. Todos los que le conocen aprecian su carácter afable y su discreción. Vaya a donde vaya —y viaja mucho por su trabajo— causa una impresión inmejorable. Los empleados de los hoteles donde se ha alojado no han tenido nunca motivos de queja por su comportamiento. Siempre encuentran su habitación recogida, y si alguna vez le han abierto el equipaje para curiosear, lo han descubierto en orden, toda su ropa doblada y colocada en su sitio, hasta lo usado que necesita lavar lo guarda en una bolsa aparte impecablemente doblado. En el aseo también es un perfeccionista. Se ducha al menos dos veces al día; una al levantarse y otra antes de meterse en la cama, y lo hace de nuevo si por algún motivo realiza un esfuerzo o va al gimnasio. No son duchas de cinco minutos, no, se lava minuciosamente cada vez, como si llevase tiempo sin hacerlo y necesitara desinfectarse.
  Tiene los dientes blancos, las uñas cortas y limpias, va afeitado y perfumado con aftersave. Cuida su imagen sin ninguna intención especial. No pretende sobresalir ni conquistar a otras mujeres. La suya es la única, siempre le ha sido fiel. Ella le considera un buen marido; solícito y dispuesto. Los dos trabajan así que comparten las tareas y lo que es más importante: el cuidado de su hijita. No es necesario decirle nada, hace las cosas por propia iniciativa y todo le queda perfecto incluso lo que intenta por primera vez. Ninguna discusión ha interrumpido sus plácidos diez años de vida matrimonial. Hoy es su aniversario y ha gastado todos sus ahorros en un viaje de ida para los tres a un pequeño paraíso al otro lado del mundo. Le iba a dar a su mujer el regalo de aniversario en la fiesta, y por eso se ha ausentado de la mesa poniendo la disculpa de que tiene que ir a buscarlo porque lo ha olvidado en el coche.
  Hace un mes que el jefe les invitó a la fiesta, la ha organizado para dar a conocer quién será su sucesor cuando se jubile. Durante estos días tampoco es que lo haya mantenido en secreto así que ya sabe que, al contrario de lo que todos creían, no le ha elegido a él. Está a punto de anunciarlo ante todos los presentes cuando un payaso entra en el salón, se sube a una mesa para que todos le vean y les hace burla, luego se da media vuelta y al mismo tiempo que se agacha un poco hacia adelante se baja los pantalones y les enseña el culo a todos durante unos segundos de tenso silencio. Después se marcha riendo a carcajadas. Tras de sí el murmullo va creciendo en todo el salón por lo que al jefe le resulta imposible pronunciar el nombre de su sucesor.

viernes, 3 de febrero de 2012

jueves, 2 de febrero de 2012

"YOGUR DE VACA"

A las cuatro y media suena el timbre por todo el colegio, ya es la hora de salir. Jorge hace una pelota con todas las figuras de plastilina que había moldeado y la deja en el contenedor de plástico rojo que hay junto a su mesa. Lola “la seño” da dos palmadas para que todos presten atención, se despide hasta mañana y les pide que cuelguen sus batas en las perchas asignadas con el nombre de cada uno. Jorge se desata los botones con dificultad y va donde Lola a pedirle ayuda. No quiere demorarse porque sabe que la abuela le estará esperando afuera.
Nada tendría que ser nuevo para Rosalía, que ha criado a sus cinco hijos y luego les ha echado una mano con los nietos, pero con Jorge, el más pequeño, todo es diferente. Cuando por fin le ve salir del colegio el gesto preocupado de la abuela se difumina y en su rostro aparece una sonrisa. Da la bienvenida al pequeño abrazándolo unos instantes contra sí y luego, agachada a su altura, le besa una y otra vez hasta que Jorge la aparta:
— ¡Jope! Ya vale abuela…
—Hola cariño, ¿qué tal has pasado el  día?
—Aburrido, como siempre.
— ¿Por qué dices eso? Si seguro que lo pasas muy bien. A ver, cuéntame qué habéis hecho hoy.
—Por la mañana hemos pintado dos fichas de la letra “f”. ¡Ah! que no se me olvide luego darle a mamá la flor que me ha recortado Lola. Me la ha guardado en la carpeta.
—Ves ya has hecho algo bonito. ¿Y luego por la tarde?
—Nada, mientras los demás jugaban al juego de la silla Lola me ha mandado hacer muñecos con la plastilina.
— ¿Y qué tal en el comedor? ¿Qué has comido hoy?
Todos los días, por el camino, Rosalía atosiga al niño a preguntas, sabe que con la conversación le mantiene distraído y no se queja  tanto de que está cansado.
—Sopa de fideos y pollo con patatas fritas.
— ¡Umm… que rico!, y ¿quién te ha ayudado? ¿Lola?
—No, hoy me ha dado la sopa Julia, una “seño” que va a ayudarme durante todo el curso.
— ¿Ah, sí? “Por fin ha llegado la auxiliar, ya les ha costado” –Piensa- ¿Y de postre?
—Adivina…
— ¿Flan?
—No, no.
— ¿Plátano?
    Rosalía conoce de antemano el menú pero, mientras su nieto niega una y otra vez con la cabeza, ella le da varias opciones más: 
— ¿Cerezas?
    — No lo adivinas… ¿Te rindes?
    —Vale me rindo, ¿qué has comido de postre?
    —Una cosa blanca que se come con cucharita y que sale de un animal grande.
    — ¡Ah, ya se! Lo del otro día: “yogur de vaca”
— ¡Por fin! Ya te ha costado abuela.
Faltan muy pocos metros para llegar al portal, luego los siete escalones hasta el ascensor, que mientras no hagan la rampa suponen un gran esfuerzo para el niño, y al final, después de cuarenta minutos, llegan a casa. Rosalía le tiene preparada la merienda sobre la mesa.
— ¡Pero si ya te he dicho que he comido yogur en el cole!
— ¡Ah! pero el “yogur de vaca”, como tú le dices, es muy bueno. Tienes que comer muchos para crecer y estar fuerte, te lo dijo el médico, ¿recuerdas?
—Si claro, entonces tendré que comerme cien al día para curarme y ser como los demás niños, ¿no abuela?
Rosalía no contesta, solo se abalanza sobre él para abrazarlo y comérselo a besos. Esta vez el niño mueve los brazos despacio y rodea a su abuela por el cuello luego ella lo levanta y le da vueltas.
—¡Si no me hacen falta los yogures, contigo hasta vuelo como Superman!