“Todas las mañanas salto de la cama y piso una mina. La mina soy yo. Después de la explosión, me paso el resto del día juntando los pedazos"
Marta abre la ventana del dormitorio y comienza a hacer la cama sin esperar a que se ventile y sin poner mucho cuidado en que la ropa quede estirada. Se le hace tarde, a las siete y cuarto tiene que estar en la parada del autobús.
— Ya sabes que hoy no vengo a comer.-Comenta Rober mientras se anuda la corbata frente al espejo de la cómoda.
— ¡Ah si, que ibas a Mondragón! ¿Vas a comer con tus padres? –Marta sabe que aunque esté con ellos, Rober es incapaz de contarles nada, así que por ese lado está tranquila.
Él sigue colocándose la corbata hasta que le queda perfecta, sin apartar la vista de su imagen en el espejo.
— Seguro que no tengo tiempo de ir a verles. Buscaré algún sitio, cerca de la empresa que voy a visitar, donde den un buen menú del día.
Marta ha terminado la cama y mientras sale de la habitación, ya casi en el pasillo murmura para sí, pero deseando que él la oiga:
— Si claro, no te prives.
Rober va tras ella hasta la cocina, cogen cada uno una taza y se ponen el café. Lo toman de pie, pero eso no es lo más incomodo. Están uno frente al otro y ambos se observan a la vez que procuran esquivarse mutuamente las miradas. Se estudian hasta el último detalle cuando piensan que el otro no se da cuenta. Marta se ha fijado en que Rober lleva puesto su mejor traje, con la camisa azul de hilo y la corbata que ella le regaló hace dos meses, en su cumpleaños. Además, con ese corte de pelo a la última que le han hecho en la nueva peluquería, los zapatos más brillantes que nunca y el perfume que se ha puesto después de la ducha de verdad está guapisimo. Rober piensa que su esposa ha cambiado desde hace un tiempo. Lo de que se vista más informal y se deje el pelo rizado, hasta cierto punto le parece normal, porque desde que trabaja tiene menos tiempo para arreglarse. Lo que no entiende es su cambio de actitud hacia él.
Terminan el café y cada uno mete su taza al lavavajillas, luego los dos se dirigen al recibidor para ponerse los abrigos. Al coger el bolso, Marta se da cuenta de que Rober se deja el maletín pero se calla. Salen juntos de casa y en el ascensor él le dice.
—Te acerco si quieres, paso por tu trabajo antes de coger la autopista.
A ella en la propuesta le parece entrever cierto sentimiento de culpabilidad y está a punto de decir que no, que ya va como siempre en el autobús, pero luego piensa que así por lo menos por un día puede presumir con sus compañeros de que su marido la lleva al trabajo.
— Vale, pero igual llego demasiado pronto.-No le hacía mucha gracia esperar en la calle hasta que abrieran, de noche y en aquella zona tan apartada del polígono.
— Tranquila, espero hasta que entres. Total, no tengo prisa.
A Marta se le remueve el estómago, casi se da la vuelta pero ya están en el garaje, junto al coche. Entra sin decir palabra cuando Rober le abre la puerta desde dentro.
Hacen el trayecto de Asua a Zamudio en silencio, escuchando la radio. Ni siquiera comentan las noticias, sólo al decir el tiempo que va a hacer, Rober parece reaccionar y dice que sería un fastidio que lloviese en Mondragón para pasar el día . Ella en ese momento desea no solo que llueva, sino que caigan chuzos de punta. Pero llegan a la fábrica y se ve luz en las ventanas, así que ya hay alguien dentro. Rápida le da un fugaz beso de despedida y sale del coche sin tiempo de oír a Rober desearle que tenga un buen día.
Pasa la mañana intranquila pensando en lo que estaría haciendo su marido en esos momentos, el tiempo transcurre lentamente entre tarea y tarea pero al fin llega la hora de comer, a la una y media suena la sirena. Marta ya ha quedado con una compañera que la suele acercar a casa a mediodía, si volviera en el autobús no le daría tiempo de nada, aunque siempre deja la comida preparada el día anterior.
Cuando llega a casa le sorprende encontrarse sobre el aparador una nota de Rober, y es bastante extensa, así que se sienta en el sofá a leerla.
“Hola cariño, he tenido que volver a casa a por el maletín y se me ha ocurrido que podía dejarte un saludo escrito en este papel, ya que no vengo a comer, para que no me eches mucho de menos y para que te alegres un poco… aunque ya sabes que no soy nada ocurrente y menos cuando escribo notitas. Ahora solo me viene a la cabeza pedirte que no dudes de mi amor, que sepas que nada ha cambiado y que me da igual no tener hijos aunque sé que eso te haría muy feliz, y esto es lo que mas deseo. Pero ya verás cómo juntos superamos éste y todos los reveses que se crucen en nuestra vida. Esta tarde hablamos. Te quiero.”
Lágrimas de confusión le inundan los ojos, ya no sabe que pensar. Estaba convencida de que él se había liado con otra con la que sí podría formar una familia y de que tarde o temprano se iría con ella. Le parecía que Rober últimamente estaba en otro mundo, ajeno a la gran tristeza que ella sentía desde que el médico les confirmó que ella no podía tener hijos. Como que se hubiera volcado en el trabajo, aceptando proyectos más ambiciosos que le exigían viajar y pasar mucho tiempo fuera de casa, alejándose y haciendo como si no existiese ningún problema. La había dejado sola con todos sus fantasmas y ahora Marta tenía que encontrar la manera de deshacerse de ellos. Mientras piensa en todo esto vuelve a leer la nota y se serena un poco. A la tarde hablarán y tiene que poner en orden sus ideas, porque hay sentimientos que le parecía innecesario hablarlos con él, pero tal vez fuera el momento de hacerlo.
Apenas puede comer, no le apetece nada volver al trabajo pero no tiene valor para llamar poniendo una excusa. A las cuatro entra de nuevo en la fábrica. A su lado las compañeras con las que más se relaciona charlan de las noticias de la tele, de lo que han comido y de los niños… Marta, ajena a ese mundo, pasa la tarde abstraída en sus pensamientos. Las siete parecen no llegar nunca pero al fin suena la sirena. Es la primera en fichar y sale corriendo hacia la parada del autobús cuando oye a Rober llamarla desde el otro lado de la calle donde la espera junto al coche.
— ¿La llevo señora?
Marta se acerca despacio y, al llegar donde él, le da un beso y le contesta burlona:
— Por supuesto “Bautista”, para eso te pago.